Sobre el Crimen de Lesa Literalidad

No hay mayor acto de barbarie que quemar un libro. La idea impresa -por más perverso que sea su autor- enriquece y prueba la libertad humana. Todos los fanáticos y los tiranos persiguen con igual obsesión a los libros, recipiente de las ideas, usualmente luego de fusilar a su autor, escupir sobre su memoria o profanar su tumba. Es fácil difamar al ausente.

He visto hombres condenar y quemar libros que nunca han leído. El poder teme al libro, su enemigo más poderoso, que levanta yugos y derrota espejismos. No hablo del libro mercenario, avieso panfleto que encarga el tirano para asegurar su poder, ni del libro que adula. Hablo del libro creado por hombres libres que desean hablar con sus semejantes y gritar a través de los siglos susurrándoles sus ideas.

El crimen de Alejandría, se ha repetido y adquiere distintas formas –remozadas por los nuevos tiempos-, controles estatales a la fabricación y distribución de papel, aumento de los trámites burocráticos para fundar imprentas y editoriales, normas que criminalizan la opinión sin parecer que lo hacen, limitaciones al libre flujo comercial de los libros, eliminación de incentivos a las traducciones y creación de editoriales gubernamentales que sólo vomitan loas al poderoso de turno.

La consigna más subversiva siempre será: Leed, leedlo todo.