Nos enamoramos, de eso hace ya un par de años, me alojaba en Santa Cruz y ella se preparaba para una nueva y concurrida visita. Luego de llegar al hostal –una antigua casa palacio del siglo XVII– dejé mi equipaje en la habitación y salí a la calle, avanzando veloz y sin rumbo desde Corral del Rey hasta Argote de Molina –una sucesión de calles tan estrechas que algunos vecinos conversan de casa a casa, sin casi alzar la voz–, de improviso y tras una esquina, ahí estaba ella, serena y puntual, indicándome con un guiño que ya eran las doce y que hacia siglos que esperaba. Nunca olvidaré como, ni por cuanto tiempo la vi.
–Es a ti a quien quería ver, he venido de muy lejos solo para llamarte guapa, eres más bonita que en las fotos…¡!
Y la miré y caminé, y me celé de todos los turistas que la incordiaban con sus cámaras.
–¡Hoy solo está para mi! ¡Volved con el bullicio y los guías en otra oportunidad!, pues hoy, solo por hoy, me pertenece.
Recuerdo al día siguiente la postal que envié a mi hermana: “He pasado apenas dos días en esta ciudad y sin embargo podría vivir en ella toda mi vida (…)”. Pasó el tiempo y solo quedaron los recuerdos de Santa Cruz, Triana, el Guadalquivir y sevillanas con ojos inmensos que me sonreían al pasar.
Este año la he vuelto a ver y he tenido la fortuna de despertarme cada día a su lado. La palabra “Fortissima” –“Turris Fortissima Nomen Domini” imperativo que increpa en sus cuatro caras– es la señal convenida de que Sevilla y su Giralda siempre estarán allí para mi –“No me ha dejado” (NO8DO)–.
No puedo pedir más, un largo atardecer de terraza blanca, geranios y luz, viendo su fachada. Conversando y tomando vino, tomando vino y conversando –“entra licor y disipa mis pesares”– ha sido lo más cercano a la plena felicidad que se puede concebir.
Sevillla es atemporal, un estado de ánimo que desdobla la luz sobre si y te muestra los colores reales de las cosas con todo su brillo e intensidad. A Sevilla le han escrito y le han cantado, pero esto nunca reflejará lo mucho que te exalta, entusiasma, y hace sentirte vivo. En Sevilla todos son excesos, luz, colores y sentimientos.
–Es a ti a quien quería ver, he venido de muy lejos solo para llamarte guapa, eres más bonita que en las fotos…¡!
Y la miré y caminé, y me celé de todos los turistas que la incordiaban con sus cámaras.
–¡Hoy solo está para mi! ¡Volved con el bullicio y los guías en otra oportunidad!, pues hoy, solo por hoy, me pertenece.
Recuerdo al día siguiente la postal que envié a mi hermana: “He pasado apenas dos días en esta ciudad y sin embargo podría vivir en ella toda mi vida (…)”. Pasó el tiempo y solo quedaron los recuerdos de Santa Cruz, Triana, el Guadalquivir y sevillanas con ojos inmensos que me sonreían al pasar.
Este año la he vuelto a ver y he tenido la fortuna de despertarme cada día a su lado. La palabra “Fortissima” –“Turris Fortissima Nomen Domini” imperativo que increpa en sus cuatro caras– es la señal convenida de que Sevilla y su Giralda siempre estarán allí para mi –“No me ha dejado” (NO8DO)–.
No puedo pedir más, un largo atardecer de terraza blanca, geranios y luz, viendo su fachada. Conversando y tomando vino, tomando vino y conversando –“entra licor y disipa mis pesares”– ha sido lo más cercano a la plena felicidad que se puede concebir.
Sevillla es atemporal, un estado de ánimo que desdobla la luz sobre si y te muestra los colores reales de las cosas con todo su brillo e intensidad. A Sevilla le han escrito y le han cantado, pero esto nunca reflejará lo mucho que te exalta, entusiasma, y hace sentirte vivo. En Sevilla todos son excesos, luz, colores y sentimientos.